Hace tres semanas que dejé de escribir en el blog, no por falta de ganas, sino porque estuve desconectado de la realidad del país en este período en que todo el mundo está enganchado al fútbol.
Uno de los motivos fue un maldito virus informático que doblaba los acentos y no encontraba forma de eliminarlo hasta que recurrí al genio de esa especialidad, Albert Vilà, mi compañero y mejor amigo, para que me lo solucionara. Podía haberlo solucionado mucho antes, pero tenía otra razón mucho más importante para permanecer al margen de todo lo que acaecía en España y en el mundo.
Tuve la suerte de que ha venido a vivir conmigo una chiquilla de veintiocho años, que buscaba desesperadamente apoyo, cariño y protección, lo único que le puedo ofrecer. Debido a los problemas de todo tipo que sufrió en su país a lo largo de su corta vida, tiene la apariencia física de contar al menos cuarenta años, pero con la experiencia y la sabiduría de una mujer de cincuenta. Su exótico rostro refleja las secuelas del sufrimiento continuado, lo que le da la apariencia de ser una persona que ya no sabe sonreír ni llora por nada, dotándola de un fuerte carácter y una personalidad extraordinaria. No sabe lo que es el romanticismo, de lo que yo estoy sobrado y tiene grandes complejos y pequeños vicios, debido a sus nervios siempre a flor de piel, por culpa de los gravísimos problemas familiares que no la dejan vivir.
Pero en estas casi tres semanas de estancia aquí, está viviendo un sueño increíble, entrando en otro mundo que no tiene nada que ver con el que dejó atrás. Acostrumbrada a trabajar toda su vida de sol a sol, incluso en el campo, vivió estos días unas experiencias que no podrá olvidar nunca. Sufría porque no se encontraba un trabajo adecuado para ella, con la que está cayendo en Catalunya. Intenté recurrir a los que se consideran mis amigos para que me ayudaran a buscarle trabajo, pero los amigos están para aprovecharse de uno y no para hacer favores. Como la chica estaba desesperada por trabajar, tuvo que recurrir a una compatriota suya para que le buscase trabajo en el negocio de una amiga, que resulta ser una potencial explotadora, pero es lo que hay y hay que aceptarlo.
Sin pretenderlo, me convertí en un alma caritativa y en el ángel de la guarda de la chica, logrando su felicidad plena. Pero como vivimos en el país de la envidia, todos los conocidos que me vieron con ella estas semanas ya comienzan a hacer apuestas vaticinando que nuestra relación durará poco. Si dura mientras dura dura ya es suficiente y luego que me quiten lo bailado. Menos mal que ella no tiene pajaritos en la cabeza y no le da importancia a la abismal diferencia de edad, treinta y seis años. Y pensaba yo en los años sesenta del siglo pasado que era una aberración que Mia Farrow se casara con Frank Sinatra, veinte años mayor que ella. Así es la vida, queridos amigos. ¡A vivirla, que son dos días! Y el que quiera ser el más rico del cementerio, que siga ambicionándolo todo hasta que reviente y le vistan el traje de pino. Yo prefiero ser el más feliz y lo estoy consiguiendo gracias a los dos motivos de júbilo que estoy viviendo este verano: Finalización de mi vida laboral y estar viviendo una Luna de Miel que no había soñado ni imaginado nunca.
Me gustaría que todo el mundo fuese idiota como yo. Nos iría mucho mejor a todos.
CONSTANTE
