A veces me pregunto si vale la pena vivir. Desde luego que sí, si conocemos el legado de personas como Aristóletes, Platón o Dante; el de Confucio o Prisciliano, religioso partidario del amor libre; Hipatia, Da Vinci o Miguel Ángel; el maestro Mateo o Gaudí, Tessla; Bethoven, Verdi o Rossini; Fleming, que me salvó la vida en 1948; el arte interpretativo de Sinatra, las marvillosas voces de Plácido Domingo, Neal Diamond, Celine Dion o Marifé de Triana; la inconfundible música de Creedence Clearwater Revival, por citar sólo un grupo, o la de Lasgo con la impresionante voz y la extraordinaria belleza de la primera cantante Evi Goffin; los políticos Ghandi, Gorbachov o Clinton, por aquello de hacer el amor y no la guerra y las maravillosas top models Heather Marks o Caroline Trentini, que le quitan el hipo al más plantado de los tenorios, así como mi amante Corina; además de un larguísimo etcétera de al menos mil nombres más.
Esta es una breve lista de personas a las que admiro y repito que podría ser interminable. El resto es tan mediocre que no vale la pena perder el tiempo recordándoles, por egocéntricos, vanidosos, narcisistas y fantasmas, como los políticos.
Para ver a los artistas mencionados incluso pagaría bastante dinero, pero por ver a Mazinger no soltaría ni un euro. No entiendo cómo puede haber tantos subnormales mañana en Santiago y domingo en Barcelona, que están dispuestos a pagar miles de euros por el alquiler de un balcón para verle. ¡Joder, qué país! Si el representante de un Dios que no existe en
Ahora que tengo tiempo puedo asegurar que sí vale la pena vivir para disfrutar con las obras de tantos artistas y científicos de la categoría de los citados, sino no valdría la pena.
¡VIVA
CONSTANTE
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