Nunca me cansaré de repetir que España es un país raro, atípico y diferente. Está lleno de políticos corruptos, de fanatismos nacionales y nacionalistas, terroristas, religiosos, futboleros, taurinos y festivaleros de toda índole.
Nuestra geografía está atiborrada de todo tipo de fiestas, para conservar las tradiciones y las costumbres históricas y otras que no lo son tanto. Pero la que más me llama la atención y debe dejar alucinados a los ciudadanos del Tercer Mundo y a los de los países más cultos, son las Fallas de Valencia. Hay que ver la millonada que funden en mascletás y el despilfarro de miles de horas de trabajo de miles de personas, que dedican todo el año a crear más de setecientas verdaderas obras de arte para quemarlas en diez minutos; dejando con la boca abierta a los bobalicones que van a verlas.
Con la que está cayendo, flipo con lo que ocurre en este país, especialmente en la Comunidad Valenciana; conocida y famosa por dilapidar miles de millones de euros en la celebración de variados eventos y en la construcción de obras y mamotretos públicos fantasmagóricos como Tierra Mítica o el aeropuerto de Castellón. No entiendo cómo no están en la cárcel los políticos corruptos que han realizado todas estas aberraciones. Eso es gracias a la justicia que nos toca sufrir.
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