La televisión y yo

Hace más o menos cincuenta años que he visto televisión por primera vez y era un gran consumidor de la misma, pero ahora, el tiempo que le dedico es inversamente proporcional al tiempo libre que tengo, pues me pone enfermo poder ver cientos de canales y que no me interese prácticamente ninguna de ellas ni lo que emiten.

A veces no me interesan ni las noticias por no ver a los impresentables del Partido Popular criticando siempre al Gobierno, aunque sea con razón y sin aportar ideas. Si su líder es patético, más lo son la muñequita portavoz en el Congreso, Cospedal, el portavoz anunciador de dentífrico, el señorito gaditano, el hijo de papá Gallardón, la repipimpresentable de Madrid, el modelo de los trajes de Valencia, Santa Rita y un larguísimo etcétera. También se puede decir lo mismo de muchos ministros o ministras, del Presidente ZP y otros diputados.

Hay demasiadas noticias de desgracias como el accidente de Marruecos; pero lo que me alegró un montón es que algunas agencias de viajes organicen vacaciones para tontos que trabajan todo el año para disfrutar de un crucero y que les metan como borregos en un barco sin agua caliente y sin aire acondicionado, teniendo que terminar la aventura a medio camino. Así se ahorran el trabajo de contar sus historietas, casi siempre inventadas, a sus amigos, familiares, vecinos y conocidos, con tal de causar envidia, nuestra enfermedad típica nacional.

Deberíamos ser todos especiales como el chulo y egocéntrico profesor Neira, que también está de moda estos días, por no saber beber. Según él, así no seríamos un país tercermundista. ¡Joder, lo que hay que oír!

Hoy he visto una viñeta en un periódico que rezaba así: “Los periódicos no pueden desaparecer, para que los políticos se enteren de lo que pasa” ¡Genial! Pues bien, como mi televisor es muy viejo estoy deseando que se estropee pronto para deshacerme de él y no enterarme de cómo nos engañan nuestros salvadores de la patria, por aquello de “ojos que no ven, corazón que no siente”.

CONSTANTE