viernes, 12 de marzo de 2010

La crisis de la izquierda

En nuestro país estamos viviendo una crisis económica de incalculable trascendencia para el total de la población hispana y Europea. Después de esta crisis nada volverá a ser como era mal que le pese a muchos de los políticos contemporáneos. Los políticos encumbrados en tiempos de vacas gordas no saben ni sabrán estar a la altura de las vacas flacas. No podrán tirar de los fondos públicos para gestionar sus "caprichos" y además no se les comprenderán como hasta ahora se ha hecho. Es imposible que un líder artificial de un partido, donde sólo ha sido un "funcionario" sin un contacto con la realidad social de sus congéneres esté preparado para solventar las graves deficiencias que la crisis está poniendo en evidencia. El mundo político tendrá que hacer un examen de conciencia y jubilar a las glorias nefastas de un tiempo que ha pasado a mejor estadio por no decir a la Gloria donde están los Santos Inocentes. Las ejecutivas de los partidos deberán de dar pasos valientes para ejecutar tareas de limpieza democrática antes que los vientos de la historia se los lleven por delante junto a muchas más cosas. Hay que escoger a las y a los más válidos de cada organización política y enviar a sus casitas de papel a los que ya sabemos no van a poder gestionar nada.
Todos sabemos que la victoria de la derecha en Chile ha propiciado reflexiones sobre la crisis de la izquierda. La que en 1992 estaba en el gobierno en 15 Países de la Unión Europea hoy sólo gobierna en cinco, de los cuales Portugal y España están en graves dificultades económicas y sociales, y Grecia al borde del colapso.
Es difícil entender una crisis que viene de lejos, para quien tenga menos de cincuenta años. Su solución no parece rápida.
Hay que recordar que desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y la creación de las Naciones Unidas, había en marcha un extraordinario proceso de modernidad política basado en contenidos constitucionales: la justicia social y la participación democrática. La expansión económica fue acompañada por un gran proceso de reformas (como la agraria), de los derechos del trabajador, de protección en salud y empleo.
A nivel mundial, el gran esfuerzo de la Asamblea General fue adoptar, en la década de los setenta, una declaración sobre el Nuevo Orden Económico Internacional. En ella se hablaba de “justicia social mundial” y se reconocía a los Países del Tercer Mundo el derecho a aumentar su participación en la economía mundial, con la reducción de los privilegios de los países industrializados.
Si hoy se leen los documentos de esta época, los valores del desarrollo humano a nivel global eran la base del debate político. Así se abrió una cumbre de 22 jefes de estado, el diálogo norte-sur, que tuvo una primera reunión en París una segunda en Cancún. Mientras tanto en la UNESCO se aprobaba la creación de un Nuevo Orden Informativo Internacional, que reequilibra los flujos informativos monopolizados por algunos países del Norte.
En Cancún participó un recién elegido Ronald Reagan, poco interesado en la justicia internacional y mucho en el comercio. De allí salió el famoso eslogan: Trade not aid. En pocos años se creó la Organización Mundial de Comercio, fuera de Naciones Unidas, se abrió una guerra de deslegitimación de la ONU como fuente de decisiones internacionales. Se pasó a liquidar del Nuevo Orden Informativo y el Nuevo Orden Económico. Estados Unidos salió de la UNESCO (junto con Inglaterra y Singapur) y se lanzó en el orden monetario y económico el Consenso de Washington, que creaba un pensamiento único neoliberal como base de las relaciones internacionales. No olvidemos la deliberada destrucción del poder sindical.
Reagan y Margaret Tathcher en el Reino Unido lograron cambiar el curso de la historia. En la misma década, en 1989, se desmorona el Muro de Berlín, cuya caída abre paso a una interpretación sin vacilaciones: los vencedores no derrotaron a un enemigo, la Unión Soviética, sino que habían derrotado a todo lo que estaba en contra del capitalismo. El neoliberal Yoshihiro Francis Fukuyama, gurú del pensamiento de los neoconservadores, especialmente en política exterior, afirmó que estábamos frente al fin de la historia, ya que a partir de entonces sólo existiría el capitalismo, en crecimiento continuo y sin nefastos controles.
Para dar una idea del clima de la época, en una Conferencia en Milán, en el 1994 el director de la OMC, Renato Ruggero, afirmaba que las fortalezas de Europa, Asia y EEUU pronto se integrarían en un sólo bloque económico, que en el mundo no habría más guerras, una sola moneda, y que la enorme riqueza creada por la globalización se expandiría en todo el mundo, haciendo lo que la teoría del desarrollo nunca hubiera podido hacer.
Había muerto el comunismo, después se decretó la muerte de las ideologías. El pensamiento único arrasó con toda opinión diferente en todo el mundo. El mercado era el mejor regulador de la economía, la sociedad, y la cultura. Y hasta se llegó a decir que de la instrucción.
Frente a este gran embuste, la izquierda buscó ser lo menos estridente y antihistórica posible, mimetizándose en los estilos y en el imaginario colectivo del momento. En términos generales, se dividió en dos grupos: Las viudas y las vírgenes.
Las viudas, con excepción de los países ex socialistas, se marginaron de la política. Las vírgenes pasaron de cantar el fin de las ideologías, hacia el pragmatismo. “Hay que ser pragmáticos”, era el lema de los años noventa. Del lenguaje político salieron muchas palabras (códigos de comunicación), que no ayudaban a las vírgenes: justicia social, solidaridad, transparencia, participación, redistribución, tasación progresiva, etc.
El pragmatismo tiene un problema evidente: sin un marco conceptual en el cual operar, se transforma en un mecanismo donde se hace sólo lo posible, y por lo tanto lo que es útil. Y ya no es pragmatismo, sino utilitarismo. La política entonces se concentra en los hechos administrativos, sin una visión final de la sociedad y sin una escala de valores. Es una izquierda sin identidad, que vive en polémica con la derecha sobre cuestiones personales y administrativas.
Paralelamente a este gran cambio en el terreno político, hubo uno mucho más determinante en el mundo de la economía. Con la abolición de cualquier control sobre los bancos, decretado por Clinton en el 1989, y la borrachera neoliberal de la administración Bush, donde se inventaron instrumentos financieros de alto riesgo sin precedentes, la economía real de bienes y servicios, quedó sin fuerza frente a las finanzas, que creció más de veinte veces, respecto de la economía real.
La relación entre política y economía, cambió drásticamente. El mundo de la fábrica, de la producción, no eran ya los referentes principales. Y frente a unas finanzas totalmente globalizadas y sin mecanismos de control, el mundo del espacio nacional, sus leyes y sus instituciones, comenzó a perder cada día más peso y consistencia. La política pasó a ser menos importante, y el triunfo de los valores de la globalización el punto de referencia del debate político.
En este debate, los viejos términos son capturados para una nueva guerra fría: Barak Obama, para los republicanos, es un socialista. Para Berlusconi, todos los de la oposición son comunistas. ¿Y la izquierda? La izquierda se encuentra sin vocabulario, sin códigos de comunicación con los que identificarse con la gente. No puede hablar de justicia social, de solidaridad, de equidad o de redistribución sin ser acusada de nostalgia comunista.
En Italia se ha registrado el fenómeno extraordinario de que el Ministerio del Trabajo pasara a cambiar su nombre en Ministerio del Welfare, o sea del bienestar, sin que la izquierda dijera absolutamente nada, para no aparecer demasiado de izquierda.
La lista de concesiones que se han hecho en cada país europeo llenaría un volumen. Frente al extraordinario fenómeno de un joven de color elegido por masivo voto popular presidente de los Estados Unidos, se asiste al hecho de que el viejo equipo económico, responsable de la crisis, es el que toma el poder junto a él. Este hecho bloquea toda posibilidad de reforma de un sistema financiero colapsado y sufragado por los ciudadanos americanos, que ha ya causado cien millones de nuevos pobres, y que volverá probablemente a colapsar más agudamente en un plazo no tan lejano, si no se hace ninguna reforma.
Dice el premio Nobel de economía Joseph Stiglitz que los vencedores del muro de Berlín son los perdedores de hoy, con el colapso del otro muro, el de Wall Street (Wall significa muro). Pero, ¿que hace un joven, que no ha vivido todo el proceso, para entender la paradoja de Stigliz, y creer que una izquierda sin identidad sea el camino hacia una sociedad diferente de la que hoy existe?

(*) Roberto Savio, fundador y presidente emérito de la agencia de noticias Inter Press Service (IPS).

Publicado por Borjas para Renacimiento el 3/12/2010

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