Día de regalos

Hoy hace cincuenta y cuatro años que recibí mi primer regalo de mi abuelo, al que le debo llevar mi nombre como calvario, porque a él no le gustaba el de mi padrino Joaquín. Creo que no le gustaba mi tío político, no su nombre. La verdad es que da lo mismo el nombre, pues ya me he acostumbrado a él después de tantos años, por eso le hago honor; sino sería una incongruencia.
Aquel primer regalo fue una baraja de naipes, para jugar durante las noches del largo invierno, porque aún no había televisión y apenas aparatos de radio. Tal vez por eso nunca me gustó jugar a ningún tipo de juegos, ni loterías, quinielas, etc., porque quiero ser el más pobre del cementerio.
Lo curioso es que en los últimos años vuelvo a recibir regalos prácticos de mis hijas, quienes los han recibido de mí hasta que pudieron ganarse la vida. Hay que ver lo que han cambiado las cosas. Antes todo se lograba con trabajo y sacrificio y ahora nuestros queridos niños quieren regalos si es posible cada día y que se lo demos todo hecho, incluso que les aprueben en los colegios e institutos sin estudiar ni esforzarse.
Tal como van las cosas, que no les pase nada. Que sigan así de estúpidos reclamando todos sus derechos, sin cumplir ninguna obligación ni deber y ya verán lo que les espera. A mí no me darán ninguna pena y sí los cientos de miles que mueren de hambre cada año, porque los dirigentes políticos y económicos del mundo lo quieren todo para ellos. ¡No reventaran los hijos de la gran puta!

CONSTANTE