Con la perspectiva que dan los años, uno se va dando cuenta de que España es el país de las tonterías. Hace tres semanas critiqué que haya personas que paguen una pasta gansa por cenar en un restaurante a oscuras. Hay que ser tontos de remate.
Todos sabemos que los españoles somos muy dados a fanfarronear y ponernos medallas ante un conquista amorosa para causar envidia, en un país en que ésta es considerada una enfermedad nacional. Pero también sabemos que a perro ladrador, poco mordedor. Hay que impresionar a familiares, amigos, vecinos y desgraciados en general, con buenas mansiones, buenos coches, buenos relojes, largos viajes, con un buen vestuario, amantes por dinero y todo lo demás. Nada de eso envidio para ser feliz, porque ya sabéis que el grado de felicidad y el de idiotez es directamente proporcional.
Pero esta mañana he escuchado una noticia que va a conmover a todo el mundo: Al parecer se cierra el restaurante Bully. ¡Dios mío, no puede ser! ¿Qué vamos a hacer sin él? Fundado y dirigido por el “genial” Ferran Adrià, es conocido internacionalmente, sobre todo para los que no tienen nada que llevarse a la boca y viven en la miseria. A partir de ahora ya no podrán ir a degustar platos deliciosos y desconocidos, que al cabo de unas horas se convierten en mierda. ¡Lástima, que seamos tan gilipollas y que el mundo funcione de esta manera tan absurda!
Yo soy de los que piensan que donde se ponga una buena paella valenciana, un buen cocido gallego en invierno o un refrescante gazpacho andaluz en verano, que se quiten todas las tonterías de esos cocineros fantasmas y engreídos.
CONSTANTE
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