Estos días se habla de la reforma de las pensiones. Tal como va evolucionando la población española, claro que se precisa una reforma y habrá que hacerlas cada pocos años para que no peligren en el futuro. Cuando se creó la Seguridad Social, la longevidad de los trabajadores era quince años menos que ahora y para terminar de adobar el tema, ya pronto seremos más pensionistas que productores. Y da lo mismo lo que diga el iluminado Rajoy, que no se entera de nada, a la espera de que Zapatero pierda las próximas elecciones.
Los sindicatos no están de acuerdo en retrasar la edad de jubilación a los sesenta y siete años y en cambio siempre vieron bien que los trabajadores privilegiados de ciertas empresas, tanto públicas como privadas, se hayan jubilado hasta con cinco, diez o quince años de antelación, pasando a ser verdaderos parásitos de la sociedad.
Tampoco veo bien que unos pensionistas cobren tanto y otros tan poco, si como ya dije una vez, el kilo de patatas vale lo mismo en Huelva que en Girona. ¿Qué clase de solidaridad es esa, si unos no saben qué hacer con el dinero, pensando que se lo van a llevar con ellos al cementerio dentro del traje de pino, mientras la mayoría pasa hambre y calamidades? O todos moros o todos cristianos, maldita sea.
El Gobierno o el Poder Legislativo deben marcar la edad de la jubilación, así como las pensiones mínimas y máximas y el salario mínimo, para que los empresarios no se aprovechen de la coyuntura y los bajen hasta la más absoluta de las miserias; pero si algún trabajador no vale para otra cosa y piensa que se aburrirá después de jubilado, si se encuentra perfectamente bien y quiere continuar hasta que se muera con las botas puestas, que lo haga; sino por qué se le permite al señor Fraga seguir chupando del bote, con más de 80 años.
Aunque no venga a cuento aquí. No comprendo qué es lo que hacen los inspectores de trabajo con los trabajadores que están de baja por el puto morro. Cuando leí hace más de un mes que dada la situación con la multiplicación de EREs por todo el país, la mayoría de los vagos se incorporaron al trabajo, se me cayó la cara de vergüenza y se confirmaron mis tesis de que en España la persona que es trabajadora, lo es como la que más, pero la que es perra, es más perra que todos los canes del mundo juntos; y así no podremos competir nunca con Europa ni con las otras potencias económicas mundiales. Por eso nos luce tanto el pelo. El que suscribe no ha estado ni un sólo día de baja ni por enfermedad ni por accidente de ningún tipo en cincuenta y un años de actividad, treinta de ellos como funcionario. Todavía no existo en los ordenadores de ningún hospital ni ambulatorio del país, ni he conocido a ninguno de los cuatro doctores que he tenido asignados. Y que conste que no pido medalla de mérito al trabajo por ello, porque sólo he cumplido con mi deber; de lo que estoy muy orgulloso, aunque muchos compañeros me tachen de tonto.
Menos mal que ya me quedan pocos meses y me salvo por los pelos, como los marineros, de prorrogar dos años. Y por supuesto, no pienso aburrirme ni un minuto del día, porque llevo más de veinte años preparándome para disfrutar cada instante, del arte, la cultura, la literatura y todos los placeres de la vida, incluso sin dinero, porque si tuviese que pagar todos los caprichos, significaría que uno no vale nada y no valdría la pena.
CONSTANTE
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Nos han engañado como a perros. Como perros nos tratan. Como perros nos alimentan. Y como perros nos condicionan. Como perros de: Pavlov.
ResponderEliminarEs lo último que nos faltaba. Perros, apaleados y muertos de futuro, de hambre y en la miseria.