Hoy hablé con Gerardo Mirás, un amigo poeta de Santiago y me dijo que hay una gran revolución últimamente en Galicia acerca de Prisciliano, asegurando que es él quien está enterrado en la cripta compostelana. Me preguntó si no será desde que hablé del tema en mi libro “La leyenda de la sirenita” hace año y medio. Le dije que es imposible, porque a los medios de comunicación y a los poderes políticos y eclesiásticos no les interesa en absoluto lo que yo pueda decir ni de eso ni de nada. De todas formas, resumo a continuación las páginas del libro dedicadas a Prisciliano, por si a alguien le interesa leerlas, porque el libro está agotado.
Tuve la suerte o la desgracia de nacer en el seno de una familia humilde, en una aldea muy cercana a Santiago de Compostela. De noche, por encima de un monte denominado Montouto, se podía ver el reflejo de las luces de la ciudad milenaria y monumental. Cuando oía hablar de ella y de que allí yacían los restos del apóstol Santiago, creía encontrarme en el centro del Universo. Para mí, que no podía ver más allá del horizonte relativamente cercano y pensaba que no existía nada más, resultaba muy curioso, extraño e increíble, que la pesada barca de piedra con los restos del Apóstol, según cuenta la leyenda tradicional, navegara desde la costa del Líbano, surcando el larguísimo Mediterráneo, sin naufragar ni encallar en las costas del sur de Europa ni en las del norte de África; como si no hubiera en él, pequeños mares, rías, cabos, golfos, ni islas. Eso sí que sería un milagro, tanto en aquel tiempo como ahora. Sabemos que este mar era una ruta conocida y utilizada por fenicios, griegos, romanos y otros pueblos o civilizaciones, pero es imposible en las circunstancias que quieren hacernos creer. Nos relatan que después de pasar el Estrecho de Gibraltar, ya en el Océano Atlántico, tomó rumbo hacia el norte y, como le gustaron tanto las Rías Bajas de Galicia, decidió internarse hasta el final de la de Arousa, contra corriente de los ríos que desembocan allí, el Ulla y el Sar. Eligió el último, que tiene menos caudal, para ir a chocar con un “pedrón”, piedra muy grande. De ahí viene el toponímico Padrón, población situada a unos dieciséis kilómetros al sur de Santiago. Esto no se lo cree nadie, si no es tonto o idiota; por utilizar dos calificativos de los menos ofensivos. ¿A santo de qué iban a enviar los restos del Apóstol a Galicia, siglos después de su decapitación?
En aquel entonces, yo no sabía que existiera Prisciliano, ni que naciera allí en la aldea de Iria Flavia en el siglo IV. Es muy raro, que su figura y su doctrina no sean reivindicadas hoy en día por toda la juventud no alienada por religiones, por sectas, ni por las víctimas del consumismo descontrolado en que nos vemos inmersos. Durante la época de expansión de la cristianización en Galicia y de la romanización, para explotar los yacimientos de oro del valle del Sil, el sentido unitario de los romanos propició que los habitantes de aquella tierra tomaran conciencia de ser un pueblo único y a ello ha contribuido Prisciliano, sin lugar a dudas. Sin sus doctrinas, ni los antecedentes del druidismo, no podríamos entender las características pagano-religiosas del alma galaica. Nos sorprenderíamos con este gallego universal que preconizaba el amor libre como disfrute lúdico, no exclusivamente para la procreación; el culto a la naturaleza y otras ideas consideradas subversivas, que podrían conectar perfectamente con el movimiento hippie de los años sesenta y setenta del siglo XX; así como con los postulados de los ecologistas, naturistas y feministas actuales, por su ascetismo y por su intento de controlar la mente y el cuerpo a través del conocimiento y la meditación.
Como Prisciliano era un personaje rico, ingenioso y seductor, muchas mujeres le seguían con entusiasmo, porque para él todas tenían su sitio propio, al margen del rol convencional que los hombres habían establecido para ellas. Eran partidarias de su doctrina, patricias, incluso de Aquitania, con las que tenía un trato muy delicado, respetuoso y especial. Descendía de una familia noble, de vida serena y erudita, estaba dotado de una gran simpatía innata, del don de la palabra como arma de incomparable eficacia y del dominio de las artes mágicas.
El priscilianismo se difundió rápidamente por la Bética, Lusitania, Aquitania, la Galia, Britania y el norte de Italia, territorios donde apasionaban sus prédicas. Prisciliano se atrevió a fundar una comuna en una finca en los alrededores de Burdeos con su maestro Elpidio y ya os podéis imaginar las orgías que se organizaban allí. Fue tan grande su fama, que puede afirmarse, sin duda alguna, que es el español más grande de la Historia. Sus escritos tienen un gran valor literario y su doctrina estuvo a punto de ser elevada a religión nacional y masonería internacional, por tratarse de un ideario con elementos del panteísmo celta que él conocía perfectamente y de gnosis oriental, por ser lo más similar al código ético de Confucio; no como la cristiana, que es, en gran parte, un calco de la primitiva religión Crhisna. Ni para inventar fueron originales: Crhisna, Cristo. ¡Patético! Baste recordar que los evangelios, escritos sin ningún rigor histórico por sus seguidores Lucas o Mateo, se contradicen en cuanto al lugar y la fecha de su nacimiento, entre otros detalles más o menos interesantes, algo inconcebible para los historiadores actuales. Es una historia demasiado fantástica para poder creerla y ya hay más certeza acerca de la vida y la obra de Prisciliano, que de la de Jesús; y que conste que sólo les separan algo menos de cuatro siglos al uno del otro.
Durante la Dictadura se decía que Prisciliano había fundado una secta basada en el gnosticismo y el maniqueísmo, cuyos miembros practicaban la pobreza, la castidad y la abstinencia de carne, a excepción de sí mismo. Gracias a él, Galicia influyó por primera vez en la historia de Occidente, pero como constituía un peligro para la Iglesia y el Imperio Romano, sus enemigos, con Ithacio a la cabeza, le difamaron y crearon en su entorno una maraña de intrigas y de mentiras, de las que no pudo desenredarse. Según ellos, el personaje no podía andar suelto y, a pesar de ser nombrado obispo de Ávila por sus adeptos, no se libró de la acusación de herejía y de practicar hechizos y orgías con sus seguidoras, alcanzando su destino fatal. Fue condenado a muerte por un sínodo de dos obispos hispanos y diez aquitanos, reunidos en Caesaraugusta, hoy Zaragoza, y finalmente en Burdeos en el año 385, ante el emperador Máximo, por poner en práctica parte de las doctrinas del inicio del Cristianismo. Le decapitaron en Tréveris, como la primera víctima por delito religioso en el ámbito de la historia de la cristiandad; convirtiéndole en un mártir para todos los galaicos y sus seguidores. Resulta imposible adentrarse en el aislado y complicado laberinto gallego, sin conocer a fondo la figura de Prisciliano, ni el significado y el mensaje de su doctrina.
A la dictadura franquista le importaban un bledo esas doctrinas, pero no así a la ortodoxia católica, que en su día trató de hacerlas desaparecer por todos los medios. La primera muestra son los evangelios apócrifos. Cuando pude leer algo de lo que se ha publicado sobre Prisciliano me di cuenta de lo que me dijo un religioso compostelano en los años sesenta, cuando me desveló unos secretos que otros colegas suyos no se atreverían a descubrir nunca. Por indiscreciones como aquella, no tardó mucho en abandonar el sacerdocio, donde era muy raro su encaje. Gracias a él, llegué a la conclusión de que es Prisciliano quien está enterrado en el Campo de la Estrella; aunque también hay quien piensa que puede estar en la cercana población pontevedresa de Valga, junto a otros mártires seguidores suyos. A pesar de haber muchos interrogantes abiertos, no puede afirmarse categóricamente que así sea, porque hay muchos intereses en torno al increíble misterio de Santiago y nunca consintieron, ni permitirán jamás realizar un análisis riguroso con los métodos más modernos de investigación, para comprobar que se trata de restos humanos de cuatro siglos más tarde. Todo concuerda perfectamente con la cronología de la Historia, pero la Iglesia nos hizo comulgar siempre con ruedas de molino y nos dio gato por liebre durante y muchos siglos después del “milagro” no quiere ni puede reconocer la evidencia y lamentablemente aún hay ignorantes que creen sus invenciones.
¿Quién se cree lo de la aparición de Santiago a la Virgen del Pilar en Zaragoza o lo de Santiago Matamoros con su fantástico caballo blanco en la batalla de Clavijo y otras anécdotas similares, precisamente durante los siglos en que ya habían hecho desaparecer y olvidar las doctrinas de Prisciliano? Podemos creer que el Cid Campeador haya ganado una batalla después de muerto, por el miedo atroz que difundió en vida y porque en las guerras han acontecido cosas inverosímiles durante toda la Historia, pero esto no. Todo son leyendas que se crean, se cuentan generación tras generación y se van transformando según los lugares, las épocas, las razas, las lenguas y las creencias; sobre todo, por conveniencias interesadas de las autoridades eclesiásticas. Se dice, aunque yo no lo creo, por lo que acabo de exponer, que catorce siglos después de la muerte de Prisciliano, discípulos de Carlos Marx trajeron desde Alemania sus restos a Galicia y los enterraron misteriosamente; pero los poderes católicos y políticos nunca quisieron que se supiera donde, para que su tumba no se convirtiera en un lugar de peregrinación, como lo fue durante los siglos V, VI y VII, y que los gallegos no pudieran rendir tributo a esta figura tan lúcida, tan injustamente tratada e ignorada por parte de la Iglesia Católica. En realidad, fueron sus seguidores quienes le trajeron poco después de su decapitación y le enterraron a dieciséis kilómetros de donde había nacido, junto con cinco discípulos suyos y Eucrocia, viuda de Elpidio y madre de su amante, la maravillosa Prócula. Esto es lo que ocurrió realmente; por eso, la Iglesia, transformada ya en negocio lucrativo para su cúpula piramidal, aprovechó las escasísimas infraestructuras de los primeros caminos que conducían a Compostela, desde la parte de la península y de Europa en que sus habitantes veneraban a Prisciliano, para inventarse la historia de la barca del apóstol y apropiarse del Camino de Santiago, con sus albergues, hospitales y caballeros templarios. ¡Bendita coincidencia! ¿Por qué no hay caminos establecidos desde Levante? Curioso, ¿no? Entonces, nombraron a Santiago Patrón de España, cuando ese honor se lo merecía Prisciliano y el Camino debería llevar su nombre.
Con esto sucedió lo mismo que con muchísimas tradiciones paganas antiguas que se practicaban en todo el mundo, como la del culto al falo, símbolo de fertilidad, que en poco tiempo la transformaron en culto a la cruz. Por todo ello, tengo la sensación de que en este país sólo se puede hablar de paisanos o gallegos “enanos” en todos los sentidos, que fueron impuestos por la “gracia de Dios” y permitieron que reinara la hipocresía, la lujuria enfermiza, la injusticia, la corrupción y la codicia insaciable de la clase dirigente; implantando de manera implacable el sometimiento, la ignorancia y la miseria para la mayoría de la población. ¡Qué barbaridad, cómo nos han engañado!
Me pregunto por qué le tienen miedo a los musulmanes y han tapado las figuras de los moros debajo del caballo del Apóstol en el altar mayor de la Catedral de Santiago. ¡Manda carallo!
Lo siento, hoy me he pasado.
CONSTANTE
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