Los domingos por la noche, como hoy, si algún familiar quiere ver la serie Aída, me doy cuenta de que el objetivo de la televisión en general, no se salva ninguna de las grandes cadenas, no es divulgar, informar, entretener y no sé cuantas cosas más; pues da la sensación que su misión es aborregar al resignado espectador, que ya no protesta por nada. Así nos luce el pelo como farolillo rojo de la OCDE, en cuanto a educación, formación y cultura; por lo que no tengo más remedio que liarme con la otra caja tonta más pequeña, que me da libertad para ver y hacer lo que quiero sin que me lo impongan, por muchos cientos de canales que se puedan ver.
Cómo se puede soportar una serie en la que la protagonista principal era una cincuentona vulgar y ordinaria que estaba dispuesta a cepillarse a cualquier impresentable y la que le sustituye es tan pava que no provoca ninguna clase de emoción. Su madre, una anciana golosa, lo único que hace es incitar a la glotonería a gente de la tercera edad, cuando lo importante es comer para vivir y no vivir para comer. La hija, sólo piensa en acostarse con cualquier pringado, sin otro objetivo en la vida. El hijo, en la edad del pavo, va de listo y ratero, incitando a hacer lo mismo a todos sus contemporáneos. El hermano y su amigo, se pasan de tontos y resultan demasiado cansinos. De la novia de estos, mejor ni hablar. El tendero, un acomplejado y abandonado, que se cree especial sin serlo. El hijo de éste, parece una cursi damisela, con lo perjudicial que puede ser si llega a influenciar negativamente a las almas cándidas de su conflictiva generación. El dueño del bar, un facha y explotador repelente, que no tiene nada que ver con las decenas de miles de amables restauradores del país. El hermano de éste, de la acera de enfrente, es muy patético, porque ningún gay va escandalizando así por la vida. Llegando a la conclusión de que los únicos personajes normales son: la prostituta, perfecta, y los camareros del bar.
Los personajes de esta serie no son nada representativos de la sociedad española actual y en ella da la impresión de que en este país somos todos raros, cuando no es así. Pienso que el guionista debe tener diarrea mental, sino no lo entiendo.
Está bien hacer reír, porque es muy sano, pero no con personajes que no sean dignos de admiración. Si tan necesario es reír, hay miles de fórmulas para conseguirlo, sin herir descaradamente la sensibilidad del sufrido espectador.
CONSTANTE
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