miércoles, 1 de abril de 2009

Día de la Victoria.

Hace hoy setenta años, el cuartel general de Franco publicaba el último parte de la Guerra Civil Española, con la cantinela que todos conocemos. Era el fin de la última vergüenza nacional, tal vez peor que la época feudal, en la que los señores lo avasallaban todo o los tiempos de la Inquisición, considerada santa, en los que la Iglesia imponía el cristianismo a sangre y fuego.

Durante la interminable dictadura, Franco se erigió en nuestro salvador absoluto. Perseguía y eliminaba a todo aquel que le hiciera sombra, se permitía el lujo de ir bajo palio como el máximo representante de Dios en la Tierra y reunió a los tres poderes fácticos en su gobierno: el poder político, el Ejército y la Iglesia, atemorizando a la población, que se veía obligada a emigrar si no quería morir de hambre o le aplicaran la Ley de Vagos y Maleantes.

Una noche de agosto de 1964 sentí vergüenza de ser español al ver a la joven Concha Velasco anunciando en televisión los resultados del vergonzoso referéndum que aclamaba a Franco con más del 99% de votos positivos. Habían votado hasta los emigrantes y muchos muertos. ¿A quién querían engañar?

Al año siguiente, asqueado del caciquismo de Galicia me vine para Barcelona y, debido a mi exagerado acento, me decían que era galleguiño como Franco; por lo que me hubiera gustado que ese individuo no hubiese nacido allí, o mejor, que no hubiese nacido.

En 1968 me tocó participar con la Brigada Paracaidista en el Desfile de la Victoria en la Castellana de Madrid y por querer librarme de desfilar ante Franco, estuve a punto ser castigado con prisión militar; me salvaron unas amistades y mi buena conducta.

Pero la naturaleza es sabia y nuestro salvador ya ha desaparecido hace mucho tiempo. Lo curioso es que haya tanta gente que aún le eche de menos y le adore, después de las salvajes atrocidades que cometió. Si era tan bueno, no entiendo por qué no han propuesto al Papa que le beatifique como al fundador del Opus Dei o que le clonen si no pueden vivir sin él.

Aprovecho para decirles a todos los representantes políticos del país, como la alcaldesa de Valencia: ¡Ya está bien! Que dejen de soñar con el pasado, que inviertan medios y tiempo en solucionar los problemas que ellos mismos crearon por su ineptitud y que no subvencionen sus fundaciones ni ensalcen personajes tan detestables y nefastos. Si habéis propiciado que la juventud y la clase trabajadora esté hipotecada para toda la vida con las entidades financieras, algo que no había ocurrido en ninguna otra época de la historia, sufriendo parofobia ante tanta precariedad laboral, no quiere decir que vayan a permanecer impasibles y resignados toda la vida, viendo cómo os queréis apoderar de todas las riquezas del país, retornando a tiempos de la esclavitud. ¡Malditos seáis todos los que sólo pensáis en el dios dinero y queréis ser los más ricos del cementerio; porque aquí no os vais a quedar! Pensadlo un poquito. ¡Lumbreras!



CONSTANTE

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