lunes, 6 de abril de 2009

Alianza de Civilizaciones

El progreso tecnológico durante la Guerra Fría, especialmente los avances en el campo de la física nuclear aplicada, ha ejercido una notable influencia en el fenómeno de la guerra, en su estrategia y en su concepción global, porque las industrias armamentistas ocupaban y siguen ocupando desgraciadamente un papel muy importante en el ámbito de la economía de las naciones desarrolladas.
Tras el lanzamiento de las primeras bombas atómicas sobre las islas japonesas y un cuarto de siglo de carrera armamentista, los estrategas de diversos países se sintieron preocupados por saber si se podría utilizar ese tipo de armamento en el marco de una guerra clásica o convencional, llegando a la conclusión de que era absolutamente impensable, porque afectaría a sus propias vidas y la del planeta, por lo que sólo se deberían poseer como armas disuasorias.
Con el peligro de decenas de miles de bombas nucleares planeando sobre nuestras cabezas, el futuro se presenta incierto y más tarde o más temprano influirá en el ciudadano medio, que está agobiado por el temor y la inseguridad y por los gastos que debe soportar con sus elevados impuestos para el mantenimiento de los ejércitos y del negocio de las guerras.
Viéndolas venir, a principios de la década de los 70, ya el general Perón soñaba con una alianza de civilizaciones cuando regresaba para intentar poner orden en Argentina. Aquel sueño se ha ido haciendo realidad poco a poco con la unión de países continentales, pero sólo es el principio y no se ha avanzado apenas.
En 1973 fueron Nixon y Breznev quienes comprendieron que ninguna potencia podía obtener ventaja decisiva sobre la otra, para mantener el equilibrio, y se han abierto a la vía del diálogo y de las relaciones comerciales, siempre pensando en sus propios intereses.
Tres lustros más tarde, Reagan y Gorbachov intentaron reducir un pequeño porcentaje del peligroso arsenal, a pesar de que vivíamos unos años de bonanza económica, aunque no serviría de nada; pero fue imposible asumir los costes de su destrucción y todo se quedó en agua de borrajas.
Hace unos años, nuestro presidente, el de la sonrisa permanente, lanzó la idea de la Alianza de Civilizaciones sin tener en cuenta que éstas están condicionadas por la economía y los fanatismos religiosos, haciendo que sea un sueño inalcanzable ni siquiera a medio plazo; es decir, cuando todos los que ahora vivimos seamos calvos.
En la reunión de ayer sobre el tema, en presencia de su, por fin, amigo americano nos habló del desarme atómico, sin darse cuenta que eso ya no depende bilateralmente de las dos grandes potencias, porque existen otros cinco países que no estarán por la labor, para sentirse protegidos ante cualquier amenaza que vaya en contra sus intereses económicos, estratégicos o de seguridad. Y no sólo por eso, porque con la que está cayendo a nivel global es imposible destinar recursos al desmantelamiento de tantas decenas de miles de bombas, que costaría casi tanto o más que lo que costó fabricarlas en su día. ¿Por qué las habrán fabricado los hijos de mala madre?
No quiero ser aguafiestas ni pesimista, pero visto lo que hay, vamos a sufrir mucho, gracias o por culpa de los políticos que rigen nuestros destinos.

CONSTANTE

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